Aquí es preciso citar una
vez más a Jaques Espirit: “Si tuviésemos una idea realista de la condición del
hombre, y si supiésemos que esta poseído por un amor ciego y violento hacia sí
mismo, y que este amor lo vuelve impetuoso, salvaje e inhumano, el conocimiento
que de él tendríamos nos evitaría la pena de mostrar que la mansedumbre no es
una virtud”. Todo creador es violento. Bach y Rameau, cien años después,
hicieron que se les prohibiese, tanto al uno como al otro, llevar espada,
porque temían los deseos de matar que repentinamente les asaltaban.
Pascal Quignard, Georges
de la Tour
El arte como instante
desértico previo al fuego, como disciplina del presente, del vértigo, disciplina
de la muerte, o como el frio siempre inconcluso de una daga que penetra sin
hallar fondo, el frio de una vela que se derrite incesante sobre un vientre
inmenso, la muerte en los posos del deseo, un dibujo hecho con el dedo sobre el
vaho del cristal empañado de nuestro cuerpo. La belleza –dice Quignard– es la
llama de una vela en medio de la tristeza, del dinero, del desprecio, de la
soledad, de la noche. Nosotros una mariposa ardiendo por su fuego, un humo de
alas desesperado que intenta escuchar esa
nada que grita en el crepitar, esa nada que según Quignard es Dios, ese corazón blanco al que no podemos acercar
el rostro sin gritar de dolor.